Cuentan que entre la espesura de la niebla crece una planta que solo descubren las ovejas, si saben escuchar. Atentas al silbido de la ventolera distinguen, entre los verdes y amarillos de las trebolinas, el roce suave con el que el viento de la cumbre acaricia a la lluvia de enero.
Lucerito era la única oveja blanca entre cincuenta bermejas y debía ser vigilada por curiosa y traviesa. Esa mañana los perros la buscaban pero, por algún motivo, no olfateaban su rastro. Los secos ladridos alertaron al pastor que bajó, garrote en mano, barranco abajo. Francisco llegó a dudar si era o no una buena idea alejarse tanto del rebaño en medio de la niebla, pero Lucerito lo merecía. Tenía un don para encontrar los mejores tesoros imaginados bajo la pinocha, tras riscos o escondidos en cuevas abandonadas. ¡Quizás hoy fuera alguna seta suculenta…! Cuando el pastor se vio por fin, al lado de la oveja, el manto blanco que los cegaba cambió por una luz que parecía brotar del centro de la tierra y, entre los destellos dorados, una mata verde y gruesa crecía y se engrosaba hasta tener el tamaño de una casa. En segundos se llenó de flores que se convirtieron en frutos de tonos morados. Francisco y Lucerito se acercaron despacio y se emborracharon del aroma de la planta.
Se cuenta que por alguna zona de Valleseco, aún vive el árbol y que si logras encontrarlo será sólo bajo la niebla.
Escritora, @loretosocorro