Aquella tarde las piernas aparcaron sus miedos. Volvieron a pedalear en oxidadas bicicletas, guiadas por el olor de la marisma. Las gélidas olas ahora parecían amigas de la arena, regalándole a la orilla charcos tibios y salados. Las piernas juntaron una pizca de valor y una gran cantidad de ganas de libertad. El océano hizo el resto.