Surcos fugaces, vestigios de ti y de mi, en la arena.
Cabelleras vivas que, a la luz del día, parpadean olivina entre negras curvas. A veces son melenas y otras veces tan solo greñas de antiguas trenzas.
¿Cuánto han de durar nuestras efímeras pisadas? ¿Será verdad que cuando la brisa aún ría nuestras carcajadas las olas nos habrá reducido a ausencia?
Tengo por cierto que el jable recuerda.
Cada vez que vuelvo no llego porque la marea, alta y rabiosa, celosa guardiana del secreto de nuestro rastro, combate la reminiscencia de lo que creamos. Otras veces paso de largo buscando lejos las holladuras que me susurran, halando, tiran pero no me acercan.
Esta tierra que hace cosquillas, de tarde en tarde, vuela y me sopla un juego con mis pies vistiendo tus pisadas.
¿Cuánto dura una huella en la arena cuando el mar arrastra, alisa, limpia y condena pero la impronta queda?