Redactado por @loretosocorro
Aunque tenemos la suerte de estar casi todo el año con un clima que facilita la vida en la calle, cuando llega el verano el aire huele a libertad y las fiestas de San Juan se convierten en la llave con la que abrir esa jaula que nos tiene con las alas quietas.
Festejar San Juan es más que la tradición heredada de nuestros antepasados, para celebrar el solsticio de verano, rendir homenaje al sol o al nacimiento del Bautista; con San Juan llegan las vacaciones escolares y los festivales que regalan música y colores.
Ahora, sin el corsé de la medidas sanitarias vuelve la alegría a ciudades y a pueblos donde ya casi no se hacen hogueras, pero tampoco cae en el olvido ese hechizo que se vive solamente en la noche del 23 de junio.
Si tienen una playa cerca, nada mejor que remojarse en el agua para estar protegidos del mal durante todo el año. Según mi abuela paterna, que vivió en Melenara (Telde), si coges nueve olas de espalda tendrás mucha suerte: conseguir un trabajo, enamorar a quien deseas, tener un hijo… Cuanta magia contenida entre litros de agua salada y arena negra. Algunas creencias con las que crecí iban desde adivinar el futuro colocando tres papas bajo la cama: pelada, medio pelada y sin pelar; por la mañana, metías la mano y según la que sacaras así iba a ser tu futuro económico el año venidero. O también, jugar a quemar un papel donde había escrito algo que quisiera conseguir u olvidar.
La tendencia de usar flores y hierbas en estos días y con motivo de las fiestas de San Juan viene de viejo. Si bien es cierto que la puesta en escena es novedosa, el uso de las hierbas y flores en las fiestas de verano lleva tiempo acompañándonos.
Hacer un ramito de hierbas de San Juan era también una costumbre con la que se pretendía fabricar una colonia mágica. Se iba a buscar agua de naciente para luego dejar reposar en ella flores y hierbas recogidas la noche de San Juan, porque así se multiplicaba el poder del agua y el de las plantas. Después se colocaba toda la noche bajo la luna sanjuanera. Con ese agua te limpiabas la cara al día siguiente y, hasta había gente se hacía un agüita guisada. Siete hierbas se solían usar: ruda, salvia, romero, incienso canario, lavanda, pétalos de rosa o de otra flor de la zona.
Recuerdo que cuando mi abuela materna vivía -en Pino Santo (Santa Brígida)-, las hogueras se iban preparando días antes. Se amontonaban todo tipo de trastos y muebles viejos: para desechar lo inservible y también para jugar con el encanto que da el fuego purificador.
En las fogatas donde saltaba mi madre se asaban piñas y papas, para compartir entre vecinos y familia. Algún viejo sacaba la guitarra y la hacía temblar con dedos morenos de labrador.
Era tradición quemar lo malo y pedir buenos deseos: asustar a la mala fortuna en compaña.
Nos contó Antonio María González Padrón, el cronista oficial de Telde, que los esclavos traídos para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar e ingenios, saltaban con bailes propios y caminaban sobre las brasas, en la plaza de San Juan, muchas veces para agradecer al santo, cuando conseguían comprar su libertad.
Este año no veremos muchas hogueras: el fuego ha subido al cielo. Qué mejor homenaje al sol que acercarse más y más al Astro Rey. Las playas y las plazas de muchos municipios canarios festejan San Juan con supersticiones, cuentos de brujas, música por doquier, pero sobre todo con voladores de colorines.
El ruido y el olor que desprende la pólvora, esa que nació hace dos mil años en una cocina de China y que luego trajeron los árabes hasta Europa, es el momento más deseado y por el que muchas personas se acercan a buscar el sitio ideal, donde disfrutar del espectáculo con allegados y desconocidos, antes y después de la pirotecnia.
El firmamento oscuro se viste de formas y colores. En estas islas somos más amantes de los voladores que de las tracas; y como somos tierra de palmeras valoramos una buena palmera hecha de fuegos. Es un efecto que parece una lluvia multicolor, como si las alas de un hada hubiera soltado polvitos mágicos sobre la tierra. Hay candelas, bengalas, bombetas y cohetes que, si eres capaz de concentrarte en las ondas de colores amarillos, rojos o verdes, producidas por los metales quemados (sodio, estroncio o el bario), parece que estas de viaje en medio de las nebulosas, sólo que en el universo profundo no hay tanto ruido.
¿Qué podremos hacer ahora que el fuego vuela más alto que una cometa?, ¿dónde quemaremos los papelitos? Esos fuegos artificiales que se sueltan para que brillen por encima nuestro, hasta 400 metros de altura, serán quizás los fuegos los nuevos saltarines de San Juan ¿Qué deseos pueden pedir los voladores ahora que son ellos los que saltan por encima de esta humanidad?
¡Qué no se olviden desear cosas buenas!
