La sinceridad rema con la corriente siempre a su favor. Nos sirve para llegar lejos sin grandes esfuerzos porque la sinceridad es joven, fuerte y ágil.
Las personas sinceras pueden perderse, vivir contradicciones o incluso estar en el proceso interno más delicado en el encuentro de sí mismas, y siempre las crearás, porque dedican mucho tiempo al mejor regalo que te puedan hacer, ser sinceras.
La sinceridad no pretende ser poseída, es la verdad más libre que se puede vivir.
La sinceridad es inconfesable, inexplicable, contradictoria y piensa mejor en soledad.
La sinceridad quiere ser victoria y es estudiada y planificada, mientras se disfruta de un paisaje.
La sinceridad es la poesía más mentirosa al oído con la que distraemos, y cambiamos de táctica para probar nuestras fuerzas, cuando rendimos cuentas, ante el pánico de dejar de vivir ciertos momentos presentes.
Si la sinceridad fuera ambigua, podría contagiarte en tu momento más vulnerable con su rocío matinal y el dios del vino, y pondría a sus cuervos a anidar en tu mente pacífica y, el miedo o el deseo lujurioso, te harían enfermar de sinceridad.
La sinceridad es inconsciente, irresponsable, espontánea, y siempre tiene un plan para ser más sincera.
La sinceridad es un bálsamo para la persona que vive atrapada en su propia sinceridad, cuando con argumentos lógicos, es improvisada.
La sinceridad libra sus propias batallas de supervivencia. Es ardua, presumida, indefinida.
La sinceridad siempre mejora lo peor de mi.