@loretosocorro
Si hay un elemento que realmente nos haga pensar en la transformación y purificación es el fuego con su poder de crear y destruir. El fuego que vivía en el astro rey, en la fuerza de un rayo y en la lava de los volcanes.
Cuántas veces hemos celebrado el logro de poseerlo por atarlo a una antorcha o hacerlo preso en una hoguera, pero el fuego es un animal salvaje y cuando quiere se rebela poderoso.
Aprendimos a domarlo para que nos protegiera y calentara en las noches a la intemperie. Y cuando los potajes se cocinaban con leña y tiempo, le permitíamos entrar en nuestras casas. Brasa, calor y llamas en las chimeneas. Cocinas de gas, mechas de quinqués y velas de luz tenue. Aprendimos a lanzar fuegos artificiales al aire y llenar nuestro cielo de colores para festejar fiestas como la de San Juan.
Recientemente me compré una lámpara que hacía el mismo efecto que las hogueras, pero me faltaba el calor, el sonido y ese momento hipnótico de no poder dejar de seguir con mis ojos el baile de las llamas.
Las fogatas en las fiestas sanjuaneras son un lejano recuerdo. Los permisos se hacen necesarios para mantener a salvo la isla, aunque hubo un tiempo en donde el fuego, aún teniendo vida propia, se mantenía controlado y acompañaba los deseos humanos de purificación, vitalidad y fertilidad de la tierra y sus habitantes.
¿Quedará tan olvidado este rito como la ópera bufa de Prokófiev? No estamos lejos de disfrutarlo solamente en pantallitas con vídeos, encerrado en tablas de jade rojo, jeroglíficos con la palabra fuego en lenguas desaparecidas, cuadros en museos o relatos de lo que era estar sentados en torno a un fueguito y contemplar las estrellas.